Mi chica
revolucionaria
tiene casi treinta y cinco,
habla dos idiomas,
es diplomada,
licenciada,
experta
y odia el pescado crudo.
Es la más pequeña de cuatro,
tiene dos gatas,
un Astra,
tres sobrinos,
sale a correr en ayunas y baila tres días por semana.
(...)
Diego Ojeda. Mi
chica revolucionaria.
La chica
revolucionaria tiene casi treinta y cinco.
Dicen que antes
volaba, que sonreía a la luna y que soñaba más despierta que de día.
Coleccionaba cosas bonitas, se las mostraba al mundo y cambiaba rumbos sin
darse cuenta. Era sancha, farera, crisbil, farmaceutica, noctámbula, poeta.
Mandaba paquetes mágicos y recorría el mundo visitando a los valientes. Cuando
todo se torcía cruzaba puentes. Cuando salía un día gris se ponía Nacho Vegas y
se hacía bilbaina. Cuando le rompían el corazón se le quedaba al rojo vivo.
Recorría Madrid, dejaba notas en cafés, descubría rincones, hacía fotos y
perseguía cines abandonados. Devoraba películas, y libros, y besos, y
pasaba las horas entre botellas de vino y conversaciones eternas.
Han pasado dos
años, 5 meses y 11 días y la chica revolucionaria no sabe si ha madurado,
o se ha perdido.